martes, 4 de junio de 2013

Dos lugares mágicos: Canoa Quebrada y Jericocoara

Después de un mes en Natal, que nos pareció eterno luego de comprobar que ya adquirimos adicción a la ruta, salimos nuevamente al camino. Con nuestra Kangoora ordenada, un nuevo espacio atrás para que Chico pudiera viajar cómodo, ya que no entraba más abajo del asiento del acompañante (su antiguo lugar preferido). Estábamos felices de continuar el periplo.

El nuevo lugar de Chico en la Kangoo
Nuestro primer destino fue Canoa Quebrada, en el estado de Ceará. Llegamos a la tarde y estuvimos dando vueltas por el pueblo y viendo los parapentes que pululaban por el cielo y la playa. Ya teníamos fichado un lugar donde dormir, abajo de un techito, en el estacionamiento de un bar que cerraba de noche. Llegamos como a las 7 de la tarde, cuando la gente del bar estaba cerrando y después de las averiguaciones pertinentes sobre la seguridad del lugar, nos empezamos a instalar. En eso se acercó un hombre que según parece tenía algo que ver con el bar y nos preguntó cuanto tiempo íbamos a estar en el estacionamiento y en qué posada nos estábamos quedando. Sin saber muy bien la intencionalidad de la pregunta, le dijimos que en un rato nos íbamos y él no dijo nada más. Pero la mala onda quedó flotando en el aire. A pesar de eso, y a falta de opciones mejores, nos quedamos a pasar la noche, con algunos sobresaltos. En un momento escuchamos ruido de animales, y al asomarnos nos encontramos con una manada de burros! (sí, de los de verdad, cuatro patas, orejones). También una moto que iba y venía, tocaba bocina siempre en el mismo lugar, cada una media hora, más o menos muy cerca nuestro. Nunca supimos qué quería. Pero la noche no fue muy buena, hasta los mosquitos estaban decididos a echarnos y nosotros sin OFF!

Al otro día estuvimos aprovechando la playa hasta mediodía y Facu se hizo las anheladas trenzas en la cabeza, previa cita con una señora muy especial. Ella nos contó que se estaba recuperando de un cáncer, pero que no podía dejar de trabajar para hacer reposo porque tenía niños chicos que mantener. Se nos partió el alma, pero nos llenamos de admiración. También me enseñó a hacer trencitas, así podía ganarme unos pesos en la playa. Le confesé que me daba cosita hacer ese tipo de trabajo para viajar cuando otros lo hacen por subsistencia. Ella me respondió con una de las mejores frases que escuché en el último tiempo: “El sol no es cuadrado, es redondo, hay espacio para todos bajo el sol”. Me quedé muda, siempre la generosidad, aún cuando el dinero escasea, sorprende. Gran lección del viaje.

Así quedaron las trencitas!

El siguiente destino fue Jericocoara, lugar del que habíamos escuchado muchísimas historias, y que sobre todo nos hacía pensar en los “Cogumelo”, la adorable familia hippie que nos abrió las puertas de su casa en Campo Grande ya hacía unos cuantos meses. Sabíamos que no los encontraríamos ahí, porque en esa época todavía estarían pedaleando desde el Mato Grosso do Sul hasta el nordeste brasilero. Pero pensar en conocer ese lugar que ellos tanto extrañaban nos despertó muchas expectativas y la seguridad de que ahí la íbamos a pasar muy bien.

Teniendo en mente que para llegar a Jeri debíamos cruzar dunas inmensas y dejar nuestra querida Kangoorita, nuestro hogar, sola, además de desembolsar mucho más dinero del que estamos acostumbrados, salimos al encuentro del destino. En algún lugar de nuestras cabezas sonaban las palabras de un portugués loco, que creía que existe una forma de llegar a Jeri en un auto normal (o sea, sin doble tracción). Algo que habíamos desestimado después de sucesivas e infructuosas búsquedas en Internet sobre el tema, olvidándonos del siempre bien útil, paso a paso. De nada vale adelantarse a los hechos. Así fue que llegando a la ciudad donde debíamos dejar la Kangoo, para seguir en 4x4, con mochilas y perro a cuesta, vimos unos carteles en los que se ofrecía un guía para llegar a Jeri por tierra. Sin muchas esperanzas, bajamos a preguntar si con nuestra Kangoo podíamos hacer esa travesía que todos nos habían pintado de imposible. Los guías nos aseguraban que sí y que sí, y nosotros no les podíamos creer, pero decidimos arriesgarnos, ya que el costo del guía era muy inferior al costo de llegar en una 4x4 más el alojamiento.
Las dunas de Jericocoara, por acá tuvo que pasar la Kangoo

La técnica del guía, que decía llamarse Maradonio (no sabemos si para halagar a su público argento o no), consiste en desinflar un poco las gomas del auto para que haga tracción en la arena y no se quede. Nos aventuramos por una ruta de tierra, que nos condujo hasta un pueblito costero muy cercano a Jericocoara. Desde ahí fuimos por la playa, que se hace muy ancha en el horario en que la marea baja, y después a más de 60 km/h por caminos llenos de arena, en los que no se puede frenar a riesgo de quedar varados. Por supuesto aprovechamos el camino para contarle nuestra historia a Maradonio, explicarle que no podemos quedarnos en las caras posadas brasileras y que en general dormimos en nuestro autito, estacionados en algún lugar tranquilo. Eso nos hizo ganarnos un tour extra por Jeri y hasta nos dejó en lo que sería nuestro alojamiento: un espacio vacío en la calle principal del pueblo. Ahí, bajo unos añosos árboles, pasamos nuestras noches, soñando con las conversaciones de los comensales que poblaban los restaurants vecinos. Por suerte soplaba un vientito que amenizaba y nos permitía dormir felices. Así pasamos tres noches. Durante el día aprovechamos para conocer lagunas con aguas del color del mar Caribe, mirar la puesta del sol en la playa, subir y bajar dunas de arena y pasear por el pueblo que tiene un halo de paz y amor muy penetrante. El Chico por supuesto estaba en todas. Salvo en la noche, que como era un cachorrito, no bien se ponía el sol, él se dormía.
Laguna "Paraíso"


La hora en la que el sol se baña en el mar


Una noche, conocimos a Romi y Ema, unos argentinos que ya hacía 10 meses que estaban en Jeri. En seguida conectamos con ellos y nos invitaron a su casa en el “coqueral”. Les hablamos de los Cogumelo y nos sorprendimos al saber que ellos habían escuchado hablar de esta familia. Según parece los Cogu también vivieron en el coqueral. Parecía que desde que conocimos a los Cogumelo estábamos predestinados a llegar al coqueral, esta vez de la mano de Romi y Ema. Así fue que pasamos a tomar unos mates un mediodía (previo haber subido la Kangoo a una duna para poder llegar al lugar!!!) y nos quedamos dos días compartiendo la vida de los chicos, llena de mates, macramé, comidas caseras, la vaca Margarita, una camada de perritos y otra de gatitos, recién nacidos!
Siempre que la vida nos pone amigos en el camino, les pedimos que nos firmen nuestra viajera a modo de recuerdo.


No hay comentarios: