Después de un mes en
Natal, que nos pareció eterno luego de comprobar que ya adquirimos
adicción a la ruta, salimos nuevamente al camino. Con nuestra
Kangoora ordenada, un nuevo espacio atrás para que Chico pudiera
viajar cómodo, ya que no entraba más abajo del asiento del
acompañante (su antiguo lugar preferido). Estábamos felices de
continuar el periplo.
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El nuevo lugar de Chico en la Kangoo |
Nuestro primer destino
fue Canoa Quebrada, en el estado de Ceará. Llegamos a la tarde y
estuvimos dando vueltas por el pueblo y viendo los parapentes que
pululaban por el cielo y la playa. Ya teníamos fichado un lugar donde
dormir, abajo de un techito, en el estacionamiento de un bar que
cerraba de noche. Llegamos como a las 7 de la tarde, cuando la gente
del bar estaba cerrando y después de las averiguaciones pertinentes
sobre la seguridad del lugar, nos empezamos a instalar. En eso se
acercó un hombre que según parece tenía algo que ver con el bar y
nos preguntó cuanto tiempo íbamos a estar en el estacionamiento y
en qué posada nos estábamos quedando. Sin saber muy bien la
intencionalidad de la pregunta, le dijimos que en un rato nos íbamos
y él no dijo nada más. Pero la mala onda quedó flotando en el
aire. A pesar de eso, y a falta de opciones mejores, nos quedamos a
pasar la noche, con algunos sobresaltos. En un momento escuchamos
ruido de animales, y al asomarnos nos encontramos con una manada de
burros! (sí, de los de verdad, cuatro patas, orejones). También una
moto que iba y venía, tocaba bocina siempre en el mismo lugar, cada
una media hora, más o menos muy cerca nuestro. Nunca supimos qué
quería. Pero la noche no fue muy buena, hasta los mosquitos estaban
decididos a echarnos y nosotros sin OFF!
Al otro día estuvimos
aprovechando la playa hasta mediodía y Facu se hizo las anheladas
trenzas en la cabeza, previa cita con una señora muy especial. Ella
nos contó que se estaba recuperando de un cáncer, pero que no podía
dejar de trabajar para hacer reposo porque tenía niños chicos que
mantener. Se nos partió el alma, pero nos llenamos de admiración.
También me enseñó a hacer trencitas, así podía ganarme unos
pesos en la playa. Le confesé que me daba cosita hacer ese tipo de
trabajo para viajar cuando otros lo hacen por subsistencia. Ella me
respondió con una de las mejores frases que escuché en el último
tiempo: “El sol no es cuadrado, es redondo, hay espacio para todos
bajo el sol”. Me quedé muda, siempre la generosidad, aún cuando
el dinero escasea, sorprende. Gran lección del viaje.
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Así quedaron las trencitas! |
El siguiente destino fue
Jericocoara, lugar del que habíamos escuchado muchísimas historias,
y que sobre todo nos hacía pensar en los “Cogumelo”, la adorable
familia hippie que nos abrió las puertas de su casa en Campo Grande
ya hacía unos cuantos meses. Sabíamos que no los encontraríamos
ahí, porque en esa época todavía estarían pedaleando desde el
Mato Grosso do Sul hasta el nordeste brasilero. Pero pensar en
conocer ese lugar que ellos tanto extrañaban nos despertó muchas
expectativas y la seguridad de que ahí la íbamos a pasar muy bien.
Teniendo en mente que
para llegar a Jeri debíamos cruzar dunas inmensas y dejar nuestra
querida Kangoorita, nuestro hogar, sola, además de desembolsar mucho
más dinero del que estamos acostumbrados, salimos al encuentro del
destino. En algún lugar de nuestras cabezas sonaban las palabras de
un portugués loco, que creía que existe una forma de llegar a Jeri
en un auto normal (o sea, sin doble tracción). Algo que habíamos
desestimado después de sucesivas e infructuosas búsquedas en
Internet sobre el tema, olvidándonos del siempre bien útil, paso a
paso. De nada vale adelantarse a los hechos. Así fue que llegando a
la ciudad donde debíamos dejar la Kangoo, para seguir en 4x4, con
mochilas y perro a cuesta, vimos unos carteles en los que se ofrecía
un guía para llegar a Jeri por tierra. Sin muchas esperanzas,
bajamos a preguntar si con nuestra Kangoo podíamos hacer esa
travesía que todos nos habían pintado de imposible. Los guías nos
aseguraban que sí y que sí, y nosotros no les podíamos creer, pero
decidimos arriesgarnos, ya que el costo del guía era muy inferior al
costo de llegar en una 4x4 más el alojamiento.
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Las dunas de Jericocoara, por acá tuvo que pasar la Kangoo |
La técnica del guía,
que decía llamarse Maradonio (no sabemos si para halagar a su
público argento o no), consiste en desinflar un poco las gomas del
auto para que haga tracción en la arena y no se quede. Nos
aventuramos por una ruta de tierra, que nos condujo hasta un pueblito
costero muy cercano a Jericocoara. Desde ahí fuimos por la playa,
que se hace muy ancha en el horario en que la marea baja, y después
a más de 60 km/h por caminos llenos de arena, en los que no se puede
frenar a riesgo de quedar varados. Por supuesto aprovechamos el
camino para contarle nuestra historia a Maradonio, explicarle que no
podemos quedarnos en las caras posadas brasileras y que en general
dormimos en nuestro autito, estacionados en algún lugar tranquilo.
Eso nos hizo ganarnos un tour extra por Jeri y hasta nos dejó en lo
que sería nuestro alojamiento: un espacio vacío en la calle
principal del pueblo. Ahí, bajo unos añosos árboles, pasamos
nuestras noches, soñando con las conversaciones de los comensales
que poblaban los restaurants vecinos. Por suerte soplaba un vientito
que amenizaba y nos permitía dormir felices. Así pasamos tres
noches. Durante el día aprovechamos para conocer lagunas con aguas
del color del mar Caribe, mirar la puesta del sol en la playa, subir
y bajar dunas de arena y pasear por el pueblo que tiene un halo de
paz y amor muy penetrante. El Chico por supuesto estaba en todas.
Salvo en la noche, que como era un cachorrito, no bien se ponía el
sol, él se dormía.
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Laguna "Paraíso" |
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La hora en la que el sol se baña en el mar |
Una noche, conocimos a
Romi y Ema, unos argentinos que ya hacía 10 meses que estaban en
Jeri. En seguida conectamos con ellos y nos invitaron a su casa en el
“coqueral”. Les hablamos de los Cogumelo y nos sorprendimos al
saber que ellos habían escuchado hablar de esta familia. Según
parece los Cogu también vivieron en el coqueral. Parecía que desde
que conocimos a los Cogumelo estábamos predestinados a llegar al
coqueral, esta vez de la mano de Romi y Ema. Así fue que pasamos a
tomar unos mates un mediodía (previo haber subido la Kangoo a una
duna para poder llegar al lugar!!!) y nos quedamos dos días
compartiendo la vida de los chicos, llena de mates, macramé, comidas
caseras, la vaca Margarita, una camada de perritos y otra de gatitos,
recién nacidos!
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Siempre que la vida nos pone amigos en el camino, les pedimos que nos firmen nuestra viajera a modo de recuerdo. |
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