martes, 4 de junio de 2013

Una semana, nada más, para unir el Nordeste de Brasil

En la mañana de Navidad, después de despedirnos de nuestros amigos del hostel en el barrio de Graça, partimos a vivir el litoral nordestino. Nuestro rumbo era Natal (estado de Rio Grande do Norte) en donde nos encontraríamos con Coty y la familia de su novio Fernando, para pasar Año Nuevo con ellos. Nos faltaban unos 1300 kms de ruta hasta llegar allá.

Ese mismo día pasamos por Praia do Forte, todavía en el estado de Bahía, y más tarde entramos en Sergipe. Intentamos llegar a una isla que se llama Mangue Seco, de la que nos habían hablado bien, pero no llegamos en horario para subirnos a la balsa. No nos decepcionamos y seguimos camino, hasta que dimos con un puente en construcción que nos hizo retroceder varios kms, tomar otra ruta y seguir para el Norte. La noche nos agarró en la ruta, cosa que no nos suele pasar y no nos gusta. Manejamos unos 50 kms más y llegamos a la modesta ciudad de Estancia. Frenamos en la primer estación de servicio que vimos y nos dispusimos a pasar la noche, seguros y rodeados de gente amigable.



A la mañana siguiente seguimos adelante, saliendo de Sergipe y entrando en Alagoas, otro de los pequeños estados que forman el auténtico nordeste brasilero. Después de 300 kms llegamos a otra playa que nos habían señalado como interesante para visitar, Praia do Francés. No nos recibió bien. Muchas veces lo que para algunos un lugar puede resultar único, para otros puede no serlo tanto. Sin campings, o hostels accesibles para este tipo de viaje, este pueblo simplemente no se nos presentó amigable. La playa era linda, pero igual a la del lado. Lo que hace “buena” a Praia do Francés es que tiene infraestructura, hoteles y bares para que los turistas puedan gastar. Unos locales en una estación de servicio nos habían hablado de Praia do Gunga, unos 20 kms al sur de Francés, en donde se podía acampar. Llegamos y así fue, se podía acampar gratis y a escasos metros del agua. Gunga tiene todo: está en el encuentro del mar con un río, tiene aguas claras, arenas blancas, comida típica y está rodeado de un coqueral. Pasamos lo que quedó de ese día y la noche, incluyendo caminata por la playa y baño en el mar nocturnos. Entre la luz y el aire que usamos para refrescarnos y ahuyentar mosquitos, esa noche abusamos de la batería de la Kangoora, y al otro día no nos arrancó. Ni empujando ni haciendo puente daba señales de vida. Con la ayuda de nuestros amigos los bugueros (conductores de paseos de buggy por la playa), que detectaron un pequeño corto circuito en la batería, salimos airosos y dejamos atrás Gunga.

Desde la Kangoo saludamos Maceió, la capital de Alagoas, y rodamos por una ruta que se aleja un poco de la costa, recorriendo las innumerables plantaciones de caña de azúcar que existen en el Nordeste, y que desde hace siglos vienen devastando esta región. La caña de azúcar en estado de descomposición larga un olor fuerte y nauseabundo, y hace esta “ruta del azúcar” un tanto desagradable. Esa misma ruta nos devolvió a la costa, a la ciudad playera de Maragogi. Después de ir y venir durante dos horas buscando un bendito camping, y de comprobar que acampar en el nordeste de Brasil es una tarea bien difícil, dimos con la persona y el lugar indicados. Sávio, mejor conocido como Jesús por su parecido con Cristo, es dueño de un pequeño paraíso en Ponta do Mangue, al norte de Maragogi. Su camping es una continuación de la playa, en donde se puede montar la carpa abajo de pequeños árboles, y estos árboles forman caminitos que de noche se iluminan con una tenue luz. Los baños, el comedor y todo está hecho con el esfuerzo y las manos de Jesús, y el lugar realmente emana paz y buena energía. Cuando pudimos ver ese mar el día siguiente, quedamos encantados. La marea baja por la mañana y se pueden caminar unos 2 kms por las cristalinas aguas hasta la cintura y llegar a las llamadas piscinas naturales, piletas formadas por barreras de corales en donde quedan atrapados peces de todos colores nadando entre la vegetación marina. Es un paisaje digno del Caribe, pero en pleno corazón nordestino.



Después de una noche en lo del amigo Jesús seguíamos nuestro camino, entrando rápidamente en el mítico estado de Pernambuco. Sin mucho rumbo, nos salteamos Porto das Galinhas, un destino demasiado turístico y conocido por las piscinas naturales, que ya no eran novedad para nosotros. Después de unos 300 kms, y con poca luz del día, elegimos entrar a la Ilha de Itamaracá, que nos era tan desconocida que nos interesó. Hicimos nuestro reconocimiento desde arriba del auto, y los carteles nos llevaron hasta una playa un tanto alejada y remota, después de 10 kms por camino de tierra. En este pueblo nos sentimos seguros, entonces estacionamos frente al mar y pasamos la noche. A la mañana siguiente, tempranito descubrimos que la playa era algo sucia y el agua movida. Decidimos seguir rumbo hacia el siguiente estado: Paraíba.


Cambiamos Pernambuco por Paraíba, y recorrimos caminos precarios, pasando pueblos ruteros realmente humildes, de esos en donde los habitantes con baldes buscan el agua en un mismo lugar para llevar a sus familias. Por acá el agua dulce escasea. Llegamos a Praia dos Coqueiros, en el área de Jacumá, y pasamos una calurosa mañana con el Chico correteando por ahí. A la siesta avanzamos un poco más y llegamos al Ponto das Seixas, el punto más oriental de América del Sur, y uno de los cuatro puntos cardinales que queríamos conquistar antes de que se termine este viaje. Ese día nos dispusimos a llegar a Natal, así que apuramos la marcha, nos pegamos un baño en una Petrobras, y rodamos 100 tranquilos kms más hasta llegar a la capital de Rio Grande do Norte, listos para abrazar a Coty, Fer, y pasar un tiempo sedentarios ahí, lejos de la ruta.




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