miércoles, 20 de febrero de 2013

Bahia, terra da felicidade

Entramos al estado de Bahía por donde no entra el común del viajero, y como nosotros no somos ningunos comunes, ahí estábamos. Queríamos ver un Brasil distinto, lejos de la playa, y salirnos del habitual circuito costero aunque sea por un tiempo. Por eso, elegimos atravesar Minas Gerais y Bahía por la BR-116, ruta mediterránea que une estos dos estados, entre otros.


Si bien en Teófilo Otoni habíamos advertido un cartel con un tipo al que estaban buscando por robos a automovilistas en la BR-116 entre Minas y Bahía, no nos dejamos llevar y encaramos la ruta. De robos nada, pero si nos encontramos con una ruta desolada y con un Brasil que hasta ahora no habíamos visto. Pobreza a tal extremo que sobre la ruta la gente pide. Los autos pasan a velocidad crucero, y familias enteras con sus manos extendidas piden limosna. Fue movilizante y triste, pero fue una vez más ver la dura realidad de una región. Esta misma ruta nos llevó hasta la primer ciudad grande de Bahía: Vitória da Conquista. Ahí supuestamente pasaríamos la noche en lo de doña Custodia, quien trabaja con los Gouvea en Peruibe, y nos había invitado a pasar por su casa sabiendo que nuestro camino podía pasar por su ciudad. Esta vez el GPS nos falló y nunca llegamos a lo de la doña, pero seguimos un rato y afuera de la ciudad encontramos un posto (estación de servicio) 5 estrellas, el mejor del viaje. Estacionamiento amplio y techado, baños limpios, comedor y pasto para que el Chico dé vueltas. Hubiésemos veraneado en este posto, pero al día siguiente desayunamos y seguimos viaje.


Ese día pudimos haber llegado a Salvador de Bahía, pero todavía no teníamos claro donde nos quedaríamos. No habíamos podido dar con la tía de nuestro amigo Caloa, quién quizás nos podía tener unos días, así que decidimos rodar hacia el Este hasta Valença, sobre la costa y a unos 100 kms al sur de Salvador. El tramo fue caluroso, largo y atravesando lugares inhóspitos, muy secos y ciertamente pobres. Sin saber bien nuestro rumbo ni con qué nos encontraríamos, llegamos hasta Guaibim, una playa en Valença que superó las expectativas, y que nos tuvo por tres días echados y jugando con el nuevo integrante del periplo: Chico. Camping, aire libre, sol, mar y un simpático pueblito bahiano.



Ya era casi víspera de Navidad, y seguíamos adelante. Manejamos unos 90 kms hasta la Isla de Itaparica, y nos trepamos todos (Kangoo incluida) a un ferry que en 30 minutos nos depositaría en otra cuna de la cultura brasilera y la capital del pueblo afro: Salvador da Bahía. Ahí nos esperaba nuestra amiga Rebecca, quien no nos podía tener en su casa, pero nos ayudó a pasar 4 días excelentes. Salvador nos pegó fuerte. Es una ciudad con una energía diferente: la alegría por sus calles desborda. La música suena por todos lados, las rodas de samba son moneda corriente, y las sonrisas se contagian. El Catolicismo se mezcla con el Candomblé y el Umbanda (religiones que llegaron con los esclavos desde África), se aceptan distintas creencias y se adoran distintos dioses.




Nos ubicamos después de bastante tiempo entre cuatro paredes, en un hostel en el barrio de Pelourinho, casco histórico de la ciudad. En el Pelourinho vive la cultura bahiana, con sus plazas llenas de color y calor, sus calles y sus iglesias. También de noche es un lugar algo tenebroso, con gente viviendo en la calle y una zona liberada para el consumo de paco. Por ahí la circulación en auto no es fácil, y a nuestra Kangoo la teníamos lejos, estacionada en la calle en el barrio de Graça, cerca de un hostel de un amigo de Rebecca. Fueron dos noches en Pelourinho para después mudarnos a ese hostel en Graça, cerca de la Kangoora y un poco más seguros. Llegó Navidad y lo pasamos con Rebecca y su familia, que nos hicieron sentir uno más de ellos. El 25 de diciembre retomamos la ruta para empezar a recorrer el nordeste de Brasil, y hacia el encuentro con la gran Coty Martín en Natal, con quién recibiríamos el 2013.



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