jueves, 4 de julio de 2013

Novo Airao y el choque acuático

Después de medio día, se nos ocurrió meternos en el interior de la Amazonia. Con algunas pocas lecturas de Internet, salimos hacia Novo Airao, lugar del que teníamos entendido se hace más accesible llegar a conocer la selva Amazónica. El camino es bellísimo, muy parecido al ambiente de la selva misionera en cuanto al paisaje y hasta en los modos de la gente, ya que la principal actividad productiva, para bien o para mal, es la extracción de madera. Sin contar con que la tierra también es colorada como en Misiones.
Pasamos por la Lagoa Limoes (Laguna Limones, literalmente) que es un espejo de agua precioso, en donde se puede ver al Boto (o delfín de rio) rosa saltando y a muchas aves alimentándose de los árboles que crecen alrededor. Lastimosamente, no había donde acampar o quedarse así que seguimos hacia nuestro destino del momento.

En Novo Airao se respira Amazonas puro! El pueblo está en la margen del río y es muy tranquilo. Se llama así, porque la vieja Airao (Airao Velho) fue invadida por hormigas que hicieron huir a la gente del lugar en pocos días y fundar la nueva ciudad. Así de intempestiva es la naturaleza por estos lugares. En el antiguo pueblo, se comenta, que sólo vive un japonés ermitaño que hace las veces de guía para los turistas que deciden visitar las ruinas del pueblo. En cambio en el Nuevo Airao, hay muchos gringos que se establecieron y son dueños de posadas y restaurants.

Después de dar unas vueltas por la ciudad, que no tiene algo especial en sí misma, encontramos nuestro hogar nocturno, en medio del pueblo y dormimos bajo una lluvia torrencial que sólo paró despues de las 4 de la mañana. A esa altura, todo lo que nos pertenece e incluso nuestras personas, estaba empapado de humedad. Todo tenia ese olor característico de la humedad y estaba pegajoso. Agradecíamos, no obstante, haber caído en la estación húmeda, ya que en la estación seca, el calor es recalcitrante y se llega a temperaturas de más de 40 grados! Al día siguiente siguió lloviendo, mientras nosotros buscábamos a algún lanchero que nos paseara sin robarnos a mano armada. No fue fácil. Recién a las 3 de la tarde conseguimos a alguien y aunque el precio todavía era caro para nuestros estándares, aceptamos el trato. Después de todo, uno no va al Amazonas todos los días de su vida!


Nos adentramos por unos brazos del río, que sólo se forman en la estación húmeda, cuando el Amazonas crece más de 17 metros sobre el nivel de la tierra. Estos canales, que los brasileros llaman trilhas aquáticas, no se ven a simple vista ya que sus entradas están tapadas por vegetación.

Los lancheros conocen de memoria el río, pero se deben reir bastante de los turistas, porque de un momento a otro, encaran para el medio de los árboles, uno piensa que el tipo se volvió loco, que va a chocar la lancha y de repente se encuentra dentro de la "trilha", como si fuera un truco de magia.
Ahí "adentro" los árboles tapan el cielo. Si afuera llovía, ahí solo caen unas gotitas. Si había sol tampoco se ve. Es como un túnel de agua y árboles. A los costados sólo hay más y más árboles y se puede escuchar a las guacamayas cantando. De repente el canal se empieza a abrir y uno aparece en una laguna enorme, desierta, con la superficie cubierta de arroz que crece salvaje y da de comer a peces y aves. No se escucha ningún sonido y cada voz parece una intromisión en la paz reinante. El agua está tan quieta que el lago es un espejo perfecto del cielo.


Uno se quedaría ahí, quizás petrificado, tratando de ser una parte de más del paisaje, pero no, existe el "sistema" entonces el lanchero arrancha el motor y te lleva de vuelta a la civilización.

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