miércoles, 3 de julio de 2013

La Amazonia no nos daba tregua: Manaus a la vista!

Que ha corrido mucha agua desde el momento en que se escribe este relato y el momento en que sucedió, puede ser, como puede ser que no. Que sería mejor haberlo escrito no bien estábamos vivenciando los hechos hubiera ayudado a servirnos de más detalles, seguramente. Pero también el paso del tiempo nos pone en perspectiva y nos hace que valoremos mejor lo vivido. De todas maneras, acá estamos, tres meses después de haber estado en territorio amazónico, tratando de expresar las emociones y las vivencias de ese tramo del viaje. Teniamos depositadas muchas y muy diversas expectativas en esta ciudad. Muchas preguntas. ¿Cómo será una ciudad en el medio del Amazonas, sus personajes, se notaría la indomabilidad de la naturaleza en sus calles? Todo un imaginario rondando esa ciudad que pronto íbamos a conocer.


La llegada a Manaos fue caótica. Los encargados de la balsa contaban con muy poca experiencia para descargarla y ninguna facilidad. Para peor, la lluvia, de a ratos, hacía imposible el trabajo y hasta la desidia del equipo atentaban contra la descarga de la balsa. Nosotros estábamos muy bien ubicados al frente para salir primeritos, pero la gerencia mandó a poner la rampa en otra balsa primero. Después se dieron cuenta de que de la otra balsa no podían bajar los autos porque algunos estaban chocados y se tenia que hacer presente el seguro de cada uno, antes de bajarlos. Empezaron a llegar los dueños de otros autos y la mirada atenta de todos sobre las maniobras hacía las cosas aún más lentas. Estuvimos 8 horas para que nos pongan una rampa y bajarnos. Cuando finalmente lo hicimos, ya eran las 7 de la tarde, había anochecido y nosotros no teníamos adónde quedarnos en Manaos.

Monitos en el jardín botánico, plena ciudad!
Sin hacernos muchas preguntas salimos a la calle. Notábamos que 10 días en el agua, lo dejan a uno con una sensación de mareo y desorientación, una vez en tierra firme. Encima estábamos en medio del peor tráfico de la ciudad. Tratando de aclarar un poco las ideas, decidimos que lo primero era comer. Entramos a un shopping, con nuestra pinta de náufragos y comimos en Subway, que debe haber sido el mejor sándwich del mundo en ese momento. Después ya nos quedamos frente al inevitable momento de siempre ¡¿Dónde dormimos??!! Nuestra guía de viaje poco ayudaba, y los precios no nos convencían (o convenían). Ya nos habían advertido nuestros amigos camioneros que en Manaus no hay estaciones de servicio donde pasar la noche, pero igual no descartamos la opción y comenzamos a buscar. Encontramos una estación, muy céntrica, que estaba recién estrenada. Paramos y preguntamos si podíamos dormir ahí. Tuvimos suerte, el encargado estaba de buenas y no le quiso ensuciar el karma a la estación, así que nos dejó pasar ahí la noche. Aclaró muy bien que sólo por esa noche. Nos acomodamos lo más rápido posible, y sin que nos importen los ruidos externos (que eran muchos, estábamos sobre una avenida bastante concurrida) nos dormimos como bebés. Al otro día entramos en la ansiedad de conocer Manaus y nos la pasamos vagando por las calles y probando todos los frutos y brebajes amazónicos que conseguimos.


Otra vez nos cayó la noche y nosotros sin lugar donde dormir. Intentamos de nuevo en las estaciones de servicio y nada. Además Manaus no parece un lugar muy seguro como para dormir en cualquier lado. Para colmo, nos enteramos de la muerte de Hugo Chávez y nosotros tan cerca de Venezuela. No lo podíamos creer. Nos perdíamos la Venezuela de Chávez. ¿Cómo iba a ser viajar por ese país con tanta incertidumbre rondando?

En fin, terminamos en la Pensión Sulista. La opción menos cara, porque barata no es. El Chico fue el clandestino. Dispuestos a hacerlo pasar la noche en el auto, solito, aunque se nos partía el corazón, empezamos a preparar su lugarcito, para que estuviera cómodo. Un empleado de la pensión, nos preguntó adonde iba a dormir el perro. Le contestamos que en el auto. Empezó a decir que si no se ahogaba ahí adentro, que el conocía historias sobre gente que se había asfixiado en autos cerrados y que abrir un poco las ventanas no basta, etc. Todo lo decía en tono de desesperación, como si él mismo fuera a dormir en la Kangoo. Nosotros tratábamos de tranquilizarlo, pero no mucho, para ver si se movilizaba y Chico pasaba mejor la noche. El hombre fue a pedirle al dueño de la pensión que nos dejara tener a Chico en el cuarto. El dueño vino con mala cara a preguntar si el perro ladraba. Con cara de ángeles le juramos que no. Nos dijo que si el perro llegaba a ladrar nos echaba de la pensión con perro y todo. Nos metimos en el cuarto y el Chico, como si supiera que la cosa pasaba por él, se portó como un perro bueno y hasta ligó una cama para dormir! Vale aclarar que hemos dormido muchas veces con los vidrios del auto totalmente cerrados y no nos morimos ni nos faltó el aire! Eso es un mito total. Al día siguiente volvimos al vagabundeo. Mucho ya no nos quedaba por ver, pero igual, una ciudad así hay que sentirla. Y se la siente caminándola de cabo a rabo.

Aquí la naturaleza es indómita y al primer signo de abandono por parte del humano se hace dueña de cualquier lugar
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