jueves, 6 de junio de 2013

Y el Amazonas fue nuestro...

Nuestra travesía por Amazonia se seguía haciendo desear. Después de embarcarnos, fueron dos días y dos noches anclados en el puerto de Belém, esperando el lento y desorganizado embarque de todos los autos y camiones que completaban la carga. Nada nos importaba, ya estabámos arriba, con comida gratis, y cómodos durmiendo en nuestro mini rodante.

Además de los LatinoameriKangoos, habían 7 tripulantes incluída la cocinera, que si bien de simpática no tenía nada, nunca dejó a nadie sin comer, y hasta modificó su forma de cocinar para atender gustos particulares. También viajaban dos camioneros que iban acompañando sus cargas y lograron colarse en la balsa como nosotros: Claudio y Ezequías. El primero, que aunque es catarinese le pusieron gaúcho, es marxista sin saberlo y un poco fascista también, a conciencia. Con él mantuvimos largas charlas sobre política que animaron las mañanas junto al "cimarrão", o sea, un mate a lo brasilero. Le compartimos nuestras Venas abiertas, del inefable Galeano, lo leyó de cabo a rabo y le encantó! El segundo, a quién por 5 días llamamos de Ezequiel, porque no le entendíamos ni el nombre cuando hablaba, es nordestino y además atravesado. Resultó ser una gran persona, y pegamos buena onda, a pesar de entendernos casi sólo con gestos. El Chico fue el que más linteractuó con él porque, todos los días, Ezequías le daba comida de verdad (entiéndase, no alimento para perros). Fue al único que no le ladraba furiosamente si se acercaba a nosotros o al auto, y tenía sus motivos.

Claudio, Facu, Ezequías y un simpático tripulante
Tanto Claudio como Eze nos enseñaron las reglas de "etiqueta" de los navegantes, así no la errábamos y terminábamos saliendo por la borda, sin escalas, hacia Manaos. Pues abundan las historias de camioneros borrachos que se pelean con la tripulación y estos se encargan de tirarlos al río. Nos acompañaron en la travesía y nos fueron contando los secretos del río mientras nos volvíamos amigos de la vida y nos preguntábamos ¡¿Cuándo íbamos a llegar?!

Desde Belém se tarda dos días en llegar hasta el rio Amazonas. Antes hay que navegar el Río Guarajá y el Río Pará. Esos dos días son de los más hermosos ya que en la orilla del río se puede avistar como viven las comunidades indígenas ribeiriñas. Se los ve felices: los niños se suben a las balsas para pedir galletitas u otras cosas que no pueden conseguir de otra forma, los padres se acercan a intercambiar pescado por pollos y vender algunas frutas, castañas o pequeñas sillas de madera hechas por ellos mismos. De vez en cuando se ve algún indiecito bien rubio, lo que da la pauta de que tan aislados no están. Las casitas las construyen sobre pilotes de madera, encima del río, rodeadas de vegetación y parece mentira que alguien pueda vivir ahí, sin pisar nunca la tierra.


Ya una vez que se está navegando el Río Amazonas, el área no está protegida por ninguna reserva (aunque parezca irónico) y el panorama es otro. Los habitantes siguen construyendo sus casas sobre el río y con madera, pero ya no dejan nada de la vegetación de alrededor y pequeños aserraderos se escuchan por todo el camino, así como también se ven balsas del largo de dos cuadras llevando troncos de árboles que tardaron cientos o decenas de años en crecer. A medida que se va avanzando, la vegetación escasea cada vez más, pero abundan pequeñas granjas, con sus gallinas, sus cabras y sus vacas alimentándose en la margen del río. También prolifera como una peste (y espero no ofender a nadie) la iglesia "Assambleia de Deus". Habremos visto una treintena de ellas a lo largo de todo el viaje, hasta en los lugares más remotos.

Ahí van los árboles del Amazonas
Todo esto lo íbamos observando desde nuestra balsa, que de suerte alcanzaba los 10 km por hora, y nos sumía en un sopor interminable. Nuestra "balsa" consistía en 1 remolcador que empuja dos grandes plataformas de 75 mts de largo por 20 de ancho, en donde viajan todos los autos y camiones. Durante el día nos ubicabamos al principio de la embarcación, de frente al río, y colgábamos nuestra hamaca abajo de una "cengonha", que es un carro que se acopla a un camión para transportar dos pisos de autos. Así, abajo de un Chevrolet Vectra gris, los días pasaron entre macramé, lectura, charlas, siestas y tereré.

El Capitán Mimiro y sus dos balsas enganchadas.
Tanta había sido nuestra maquinada con todo el tema de transportarnos hasta Manaus, que no nos dimos la oportunidad de prepararnos animicamente para la selva más conocida, polémica y nombrada de la historia. El día antes de salir, alcanzamos a leer nuestra escueta guía de viaje, Lonely Planet, que a decir verdad no le hace nada del honor que se merece a esta parte del planeta. También nos conseguimos un libro de Isabel Allende, Las aventuras del Águila y el Jaguar, cuyo primer tomo transcurre en la Amazonia. Hay que darle el crédito a Isabelita, que se documentó muy bien para escribir el libro y combinó la geografía y la historia, ya mágicas, de la Amazonia brasilera y venezolana con un toque de ficción que permite seguir la realidad de la zona casi a la perfección, si se lee en la clave correcta. Ahí empezamos a entender un poco más de qué se trataba.

Así juegan los niños en el Amazonas.
Unos atardeceres de ensueño, en silencio absoluto, rodeados de la más salvaje naturaleza. Y el Amazonas fue nuestro...


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