lunes, 8 de julio de 2013

Venezuela nos recibe con amor

Llegamos a Venezuela un martes a la tarde. Estaba nublado y la bandera venezolana colgada a media asta. Nos acercamos a un soldado a preguntarle donde hacer migraciones y luego de indicarnos nos lanzó un “bienvenidos a Venezuela” que casi nos dejó al borde de las lágrimas! Ya en la frontera se sentía la tristeza de un pueblo llorando a su líder. La plaza Bolívar tenía imágenes de Chávez, ofrendas y velas. No se escuchaba música, ni la gente hablaba a los gritos en la calle. El ambiente se sentía opresivo. Igualmente estábamos felices de haber llegado a Venezuela, de haber llegado en tremendo momento histórico. Nos sentíamos parte de la historia.



Por algunos días estuvimos por Santa Elena de Uairén, la primera ciudad que se encuentra viniendo desde Brasil. Después decidimos aventurarnos por un camino de tierra hasta El Paují, pueblito en medio de una serranía que separa la selva amazónica de la Gran Sabana venezolana.

Camino al Paují
Sabíamos por otros viajeros que el lugar es muy amigable, que se respira un aire de hippismo e indigenismo mezclados, que lo hacen un lugar especial, adonde muchos caraqueños deciden mudarse y olvidarse del frenesí de la gran ciudad. Caímos sin saber muy bien como, en el camping y restaurant “La Maloca”. Conocimos a Yusmeli, la dueña, y le ofrecimos quedarnos y ayudarle con lo que necesitara, a cambio del precio del camping. Ahí nomas le gustó la idea y nos dio la bienvenida ofreciéndonos su enorme cocina para que la utilizáramos a gusto y piacere.


Subimos a El Abismo, un cerro desde el que se puede ver claramente donde termina la selva y donde empieza la sabana. Es tan marcada la linea que de un lado de la montaña los árboles, las aves, la humedad, todo, es selva. Y la otra ladera es de arbustos, pastos cortos, arroyos secos y llanura. La energía de ese lugar es fuerte. Los metafísicos dicen que ahí se concentra la “energía del mundo”, lo que para los cristianos, sería donde vive Dios. Cada uno lo podrá leer según sus creencias o escepticismo, pero ahí se respira una vibra que no se puede poner en palabras. Por algo el pueblito es tan mágico y muchas personas que fueron de paso terminaron quedándose a vivir.

La división clarita entre selva y sabana
Por nuestro lado, pensábamos quedarnos una semana y terminamos “colgando” 20 días! Ayudábamos en el restaurant, comíamos ahí, Chico engordó unos cuantos kilos comiendo todas las sobras de comida y hasta empezamos a vender las artesanías.

Amanecer en el Pauijí
Tardes de mates metiéndole a las artesanías
Después de 5 meses de hablar portuñol, haciendo malabarismos para hacernos entender, volvíamos a nuestro idioma materno. Un alivio, aunque pronto sabríamos que entre nuestro español y el de Venezuela, hay que casi aprender a hablar de nuevo. Con Yusmeli aprendimos que la calabaza en Venezuela se llama auyama, el dulce de leche; arequipe, los porotos; caraotas, las guarniciones; contornos,  y así con todo. Ya no decíamos “re bueno”, decíamos “está fino”, nos avenezuelamos. Integrarnos con la gente del lugar nos encantó, pero emprendimos la retirada antes de que El Paují nos atrapara quisiéramos quedarnos a vivir.

Festejando los 6 meses de viaje con un pollo al disco y fernet!
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