El ansiado encuentro estaba
arreglado para el 11 de noviembre en Peruibe, ciudad costera del
estado de San Pablo, 80 kms al sur de la gran metropoli. Ese día
dejamos Curitiba y Paraná, para empezar a sentir de cerca al pueblo
paulista. Buscando amor y cercanía con nuestra tierra, nos subimos a
nuestra más fiel compañera, la ruta, y después de unos 300 kms
llegamos a Peruibe, en donde nos recibieron Caloa, Euge y Paulo.
Caloa, con la mitad de su
corazón en Brasil y la otra mitad en Córdoba, es nuestro ex
compañero de trabajo en TBO y amigo para una vida. Su novia Euge,
también compañera y amiga, era parte de la cita en Peruibe. Antes
de salir de Córdoba, ya teníamos todo planeado para vernos en las
tierras de Caloa, que vivió parte de su adolescencia en Peruibe, y
donde actualmente vive Paulo, su padre, gran personaje de este
periplo. Y se cumplió.
San Pablo ya no es el sur de
Brasil, con caras europeas y gringos. Acá se empieza a vivir un
Brasil más mulato, un Brasil más parecido al que está en el
imaginario de la gente, o por lo menos en el nuestro. Peruibe fue
pura diversión, buena comida, confort, buena vida. Fueron solo tres
días con los Caloa porque ellos seguían rumbo a Salvador, pero a
quien no le hace bien aunque sea un poco de los Caloa; otros cuatro
días solos cuidando la casa de Paulo; y otros tantos con Paulo, con
programas por todos lados. Paulo es uno de esos que no para, todo el
día activo entre sus trabajos, sus hobbies, y divirtiéndose por
ahí. Remo, badmington, asados con amigos por acá, picadita y
cervezas por allá, paseo en barco, terapia de barro y tardes en el
sitio (casa de campo). Conocimos varios de sus amigos, gente abierta
y divertida, y así pasaron casi dos semanas en el litoral sur de San
Pablo, con una escapada hasta Santos (la del Rey Pelé, la de
Neymar), y alguna que otra playa de la zona.
Lo que vino después fue un
parate en nuestra aventura, un impass raro, pero planeado, esperado y
muy feliz. El 24 de noviembre se casaba Georgie, mi hermano, en
Santiago de Chile. Nosotros dejaríamos nuestra viajera en San Pablo
y volaríamos al encuentro. Lo más conveniente fue dejarla en un
estacionamiento cerca del aeropuerto, con un precio barato y que
quedara bien cuidada. Con todas nuestras dudas, quedó nuestra casa
móvil estacionada mientras cruzábamos medio continente a
reencontranos con la familia en Chile y a acompañar a mi hermano en
el "si, quiero" (weon). Ver a mi hermano y a Nato,
oficialmente cuñada, tan felices fue único y llenador. La fiesta y
el encuentro fueron un éxito. Pasamos 5 días a pura familia,
poniéndonos al día con padres, hermanos y primos. Nos dijimos
adiós, cada uno a lo suyo, y nosotros a San Pablo, a seguir viviendo
y viajando.
Aterrizamos en Guarulhos
(aeropuerto internacional de San Pablo) sin saber para donde
arrancar. Una parte nuestra quería buscar la Kangoora y seguir viaje
para la costa, otra nos insitaba a vivir la enorme y peligrosa ciudad
de San Pablo, que no habíamos visto aún. Una cosa estaba clara, no
llegaríamos a San Pablo en nuestra Renoleta año 2000, la dejaríamos
en el estacionamiento en Guarulhos y nos iríamos en transfer.
Estábamos algo aterrados con las violentas noticias que nos llegaban
de la gran ciudad, y no estábamos preparados para llamar la atención
con nuestra patente argentina por ahí. Además supusimos que
estacionar en SP sería más caro que en Guarulhos. Asi, conseguimos
un lugar en donde quedarnos via Couchsurfing y nos zambullimos a la
gran ciudad, sin hacer escala en nuestra viajera. :-(
La ciudad de San Pablo es
inconmensurable. La más grande metropoli de Sudamérica es demasiado
para ser vivida en los tres días que estuvimos. Es dificil hacer
juicio sobre tal mole de cemento y asfalto, que vivió un crecimiento
tan disparatado en los ultimos 50 años, y que se trae todos los
problemas que una ciudad puede tener: hambre, miseria, suciedad,
violencia, corrupción, drogas, y sigue la lista. Claro que también
tiene su cara glamorosa, chic, pujante, limpia y desarrollada, como
en todos lados. En San Pablo el contraste es fuerte, triste y
abismal. Eso fue un poco de lo que nos transmitió. Tuvimos un
emotivo encuentro con nuestra amiga Flá, también ex compañera de
TBO, que nos recibió en su casa una noche. Huyendo del ruido, y con
extrañitis Kangooris, volvimos hasta Guarulhos y nos reencontramos
con ella. Nunca hasta ahora habíamos estado tanto tiempo separados.
La abrazamos fuerte y galopamos con rumbo playa. Necesitábamos la
ruta como hacía mucho tiempo. Fue subir a la autopista y sentir esa
libertad que solo nos da el asfalto.
El plan era unir San Pablo y
Rio de Janeiro por la costa, visitando míticas playas y ciudades
costeras. Nuestro primer destino fue Ubatuba (a unos 200 kms) a la
cual llegamos después de atravesar una pintoresca sierra y varios
pequeños pueblos. Encontramos un camping sobre una pacífica playa
afuera de la ciudad y acampamos. Ese lugar nos transmitió mucha paz
y nos recargó la energía que veníamos perdiendo desde que habíamos
salido de Peruibe. En el "Cantinho da amizade" pasamos 4
días durmiéndonos y despertándonos con el ruido de las olas.
Ubatuba sería nuestro ultimo refugio en el estado de San Pablo.
Cambiábamos paulistas por cariocas.
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