Dejamos Jericoacoara y toda su aura atrás, y manejamos hacia el Suroeste a través de una sierra, para entrar al estado de Piauí, uno de los estados más pobres de Brasil. Esa misma noche llegamos al parque Nacional de Sete Cidades, que es conocido por sus extrañas formas en las piedras. Pudimos dormir en la entrada del Parque, con ducha incluída y seguros ante la custodia de la guardia. A la mañana siguiente visitamos el Parque que no fue tan interesante como creíamos, asi que a la tarde ya estábamos nuevamente en la ruta, hacia un nuevo estado, Maranhao.
Entre Luzilandia (Piauí) y Sao Bernardo (Maranhao) no hay ruta, y eso no lo sabíamos. Un rio divide los dos estados y el puente está en construcción desde hace mucho tiempo, pero se conectan por balsa. Una vez más nos trepamos todos a una balsita y ya del otro lado hicimos los 10 kms de tierra y vacas hasta llegar Sao Bernardo. Noche en estación de servicio y al día siguiente el plan era seguir unos 250 kms hasta Sao Luis, capital de estado.
Peeero, nos llegó una buena noticia. Nuestro amigo cordobés Alejo nos confirmó que estábamos invitados a pasar unos días en Atins, en donde tiene una casita con su novia. Atins es una pequeña comunidad de no más de 1000 habitantes, pegada al Parque Nacional dos Lencois Maranhenses, lugar de ensueño. Para alcanzar Atins, primero hay que llegar a Barreirinhas, desde donde parten 4x4 hasta la comunidad. Llegar a Barreirinhas desde donde estábamos fue mucho más dificil de lo que nos imaginamos. Mapa y GPS no mostraban rutas seguras, entonces debíamos dar una gran vuelta, casi llega a Sao Luiz, y volver 200 kms hasta Barreirinhas. Íbamos con esa idea, hasta que en el camino no pude con mi genio y pregunté por una alternativa más corta. Un camionero me indicó que había una ruta más corta, de unos 200 kms en total, con 75 kms de tierra, pero seguros, sin sobresaltos. Allá fuimos... y claro, resultó ser que esos 75 kms tranquilamente podían ser un tramo de Dakar. Ahí estaba la Kangoora, lista para enfrentarlos, pues si queríamos volver atrás había que deshacer demasiado camino. Mucha arena, agua, cráteres, serruchos y piedras. El costo fue enterrarnos una vez (pudimos salir con la ayuda de locales), un nuevo ruido para la Kangoo, y pasar algún que otro momento de tensión. De todos modos, una prueba de fuego para nuestra viajera que respondía una vez más a las exigencias de la ruta.
Llegamos a Barreirinhas de noche, exhaustos y mugrientos, por lo que nos regalamos una noche en una posada de ruta, la cual aprovechamos al máximo. Al día siguiente, esperamos toda la tarde la 4x4 para salir rumbo a Atins, que finalmente salió. Las camionetas van cargadas con nativos de la comunidad, que llegan hasta Barreirinhas para comprar sus víveres, ir al médico y conectarse con el mundo (teléfono e internet no existen en Atins). La travesía son dos incómodas horas, con gente apretada, bolsas de comida en los pies y a los saltos, atravesando comunidades indígenas y varias dunas.
En Atins las calles son de arena, todos se conocen, la comunicación es de boca en boca, y la gente es sumamente amigable. La Casa do Boi de Alejo y María transmite paz, amor y buena energía. A pocos metros del mar y del río, pasamos 5 días mágicos, en silencio, en contacto con Dora Lis, quien ayuda en la Casa do Boi, con la gata Morena y con Chico. Los Lencois Maranhenses son enormes dunas en donde en la época lluviosa el agua forma lagunas de agua cristalina, generando un paisaje único. Sabiendo que íbamos en la época seca, cabalgamos hasta ahí y vimos el desierto con sus dunas, pero sin agua. Atins sin los Lencois llenos de agua sigue siendo un lugar increíble, y estamos muy agradecidos con Alejo y María que nos abrieron las puertas de su casa. Encontrar la 4x4 en Atins para volver a Barreirinhas tampoco es fácil. A veces salen, a veces no. Calculo que depende de las ganas del dueño de la 4x4, y de si hay suficiente gente que vaya para allá. En Atins el tiempo tiene otro sentido y valor. La hora no es algo exacto ni que tiene que ser respetada. Y está bueno que así sea. Después de rastrear por todo el pueblo si había alguien más que fuera para Barreirinhas, y de ser conocido como "el turista que está buscando una Toyota para Barreirinhas", tuve suerte y nos subimos a una.
De vuelta en la civilización, y ahora si, camino a Sao Luis, ciudad colonial y antigua ciudad más importante del Norte de Brasil. Hacía unos días habíamos hecho contacto via Couchsurfing con Joâo, así que hicimos 200 kms y fuimos al encuentro de nuestro futuro amigo y anfitrión. Joâo nos llevó hasta su casa en la ciudad de Saô Jose de Ribamar, vecina de Sao Luis, en donde pasaríamos varios días con él y su familia, los Evangelistas, en un humilde barrio y una humilde casa. La madre de Joâo no sabe leer ni escribir, y el padre apenas escribe la dirección de su casa, pero Joâo es universitario y es profesor en un colegio secundario, prueba de fuego del avance entre una generación y otra como producto de la inclusión como conquista social. Fueron días de vivir desde adentro la realidad de una familia humilde maranhense. Maranhao es un estado muy particular, de los más pobres de Brasil, pero con un fuerte arraigo a su tierra. Son maranhenses antes de ser brasileros. La ciudad de Sao Luis está llena de vida, claramente dividida por un puente en casco antiguo y casco moderno. El antiguo es el colonial, extendido y excelentemente conservado. El moderno es el empresarial e industrial, con trazados ordenados y bien planificados. Una ciudad limpia, con una playa en donde uno puede circular libremente con el auto. Nunca antes visto! Además, Sao Luis es la capital nacional del Reggae, entonces no faltó la cerveza en la calle con buen ragga de fondo.
De vuelta al barrio, una fuerte despedida de Margarida y los Joâos (padre e hijo) Evangelista, para seguir nuestro camino rumbo a Belém. Un nuevo ferry nos cruzó desde Sao Luiz hasta Cujupe, navegando por la bahía de Sâo Marcos, para hacer unos kms. más y dormir en una estación de servicio en la pequeña ciudad de Pinheiro. Al otro día, manejamos 460 kms. entrando al estado de Pará y llegando a la ciudad de Belém. Nos pellizcábamos para creer que este viaje había llegado ahí, a la puerta de Amazonia.
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