Al bajar de la Sabana, se
hizo sentir el calor, bien caliente, como debe ser en el Caribe, sólo
que faltaba para llegar al mar!
Tratamos de hacer el
camino lo más rápido posible pero tuvimos que pasar unos cuantos
días en Puerto Ordaz, para tratar de arreglar nuestra computadora,
llevar a Chico al veterinario y un sin fin de cosas. El calor y la
falta de un buen lugar donde ubicarnos nos espantó.
Finalmente llegamos al
caribe una tarde. La primera impresión fue de desilusión. El agua
no era cristalina y el paisaje lejos estaba del paraíso. En cambio,
esa parte de la costa es árida, semi-desértica y sus pobladores,
que viven principalmente de la pesca artesanal, son muy pobres. Lo
más grave era que se notaba la falta de agua. Todas las casitas
tenían un tanque de plástico gigante en la puerta, que a todas
vistas se transportaba. O sea que ahí el agua corriente no existía.
Igualmente nos bajamos
apenas pudimos y nos metimos al agua! Ahí la sensación empezó a
cambiar... el agua estaba tibia y además no había olas, el mar era
una pileta gigante todo para nosotros y parecía que se flota más
fácil!
Esa tarde llegamos a
Mochima, Parque Nacional que nos habían recomendado mucho y que
consta de varias islas. El pueblito en su orilla, es un muy ordenado
y limpio. Los niños juegan en la calle hasta pasada la media noche y
ahí el Chico encontró unos cuantos amigos. Además tiene una de las
mejores panaderías de la costa!
Nosotros dormimos frente
a Inparques, el ente que controla los Parques Nacionales en
Venezuela, y a la mañana siguiente nos organizamos con mochilas y
carpa, además de 20 litros de agua, y nos fuimos a pasar unos días
a Manare, una de las islas de Mochima.
Manare, Parque Nacional Mochima |
En el camino a la isla,
pasamos por un santuario de delfines, lugar donde los delfines van a
recrearse con sus crías. Los lancheros hacen un silbido especial y
ahí estos bichos geniales aparecen nadando en la estela que deja la
lancha. Se los ve de todos los tamaños, pero es muy emocionante ver
a los chiquititos acompañados de sus papás. Mucha gente va a
Mochima sólo para presenciar ese espectáculo, que a nosotros nos
tocó de yapa o ñapa como dicen en Venezuela.
En la isla nos quedamos
unos cuantos días, en compañía de Rubí y Nico, nuevos amigos que
estaban de luna de miel y nos acompañaron desde ahí en adelante,
una buena parte del trayecto por el Oriente Venezolano.
Las incomodidades no
podían ser pocas en ese paraíso: a la falta de agua dulce para
bañarnos (¡sólo teníamos para tomar y había que racionarla!) se
sumó a que unas ratitas nos comieron el pan y que el fondo de la
isla era un basurero! Pero la buena onda de los “venecos” nos
entró al instante y ya el segundo día teníamos viajes gratis a
tierra para reponer provisiones y los pescadores de la isla nos
regalaron pescado para nuestra parrillita.
Aprovechamos para hacer
snorkel todo lo que pudimos. La visibilidad era muy buena y conocimos
mucha de la fauna del lugar. Hasta nos pinchamos con espinas de
erizos. A veces un pez muy grande pasaba por abajo y daba un poco de
miedo, aunque nos aseguraron que en esa zona no hay tiburones. La
supuesta prueba es que delfines y tiburones no comparten hábitat,
pero cuando uno está en el agua, a varios metros de la costa y ve un
pez enorme, la racionalidad queda para otro momento!
Al tercer día las ganas
de un buen baño (de agua dulce) nos corrió de la languidez de la
que gozamos en la isla y decidimos volver a pisar tierra firme, esta
vez con dos ocupantes nuevos en la Kangoo.